Para ser publicado, un texto narrativo debe seguir ciertas normas básicas. Estas normas deben provocar lo que llamamos urgencia, es decir, provocar en el lector la necesidad de saber aquello que es narrado.

En este sentido, las herramientas con las que cuenta un texto narrativo son las siguientes:

Acciones

Las acciones son lo que los personajes hacen o eventos que ocurren. “se puso de pie y la miró a los ojos”, “un automóvil embistió contra un poste de alumbrado”.

Descripciones

Las descripciones dan cuenta de personajes, cosas, o lugares. Permiten al lector hacerse una imagen mental de lo que lee. Por ejemplo: “el salón estaba tapizado de rojo. La mesa y las sillas habían visto mejores días, pero el acabado de las maderas aún daba cuenta de la dignidad del lugar.” “Se trataba de un hombre alto, delgado, de facciones precisas y ojos pequeños, inescrutables. Aunque no era posible saber por su expresión si decía la verdad, no había otro remedio que creerle”.

Diálogos

Los diálogos corresponden a lo que los personajes dicen. Van precedidos de un guion largo (—). Tras el diálogo puede ir una acotación que indica quién habla y puede informarnos más acerca de la intención de quién habla. Por ejemplo:

“—¡Eres un desgraciado! —Gritó Margarita en medio de su llanto.”

“—Margarita, necesito que te calmes —respondió Rodrigo, disimulando la inquietud ante el exabrupto de su mujer”.

Digresión

La digresión corresponde a una acción, un diálogo o una descripción que no tiene relación con la trama central. Se usa para crear la atmósfera en la que ocurre la peripecia. Ejemplos:

“Javier encendió un cigarrillo y se puso a hacer círculos con el humo. Era algo que hacía cuando estaba nervioso.”

“Un perro negro comenzó a seguirlos en la noche desierta. Parecía necesitar algo de atención y cariño. Luego de media hora de ser ignorado, se retiró en silencio.”

La narrativa no tiene más herramientas que estas. Un texto narrativo no es un ensayo, no está para demostrar una tesis. Los puntos de vista están dados por los personajes y puede ser que por un narrador en primera persona. La reflexión debe evitarse. Un texto narrativo cuenta historias a través de sensaciones, no de ideas. Podemos decir con propiedad que un texto narrativo es exactamente lo contrario de la filosofía: no usa conceptos, sino cosas concretas. No habla de temas generales, sino de situaciones particulares. Las ideas, los conceptos y las reflexiones son trabajo del lector, no del autor. El autor no piensa, sino que dirige el pensamiento del lector con las herramientas señaladas.

Más sobre la urgencia

Como dijimos, la urgencia es la necesidad del lector de saber lo que el texto narra. En este sentido, las primeras líneas de este texto son fundamentales para atrapar al lector y hacer que necesite continuar la lectura. Si bien debemos mantener esta urgencia durante todo el relato, en ninguna parte es más importante que al principio. Algunos Ejemplos clásicos:

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo” (Cien años de soledad, Gabriel García Márquez).

Este comienzo es brillante: primero nos pone en una situación límite, un coronel está frente al pelotón de fusilamiento. Al mismo tiempo, el coronel recuerda cómo su padre lo llevó a conocer el hielo. Esto ya nos indica que estamos en un lugar apartado, cálido y sin luz eléctrica, ya que no tienen refrigeradores. Nos muestra también una relación cercana entre un padre y un hijo. Todo esto en una sola oración. Nuestros comienzos deben atrapar al lector de esta forma.

“Querido Marco:

"He ido esta mañana a ver a mi médico Hermógenes, que acaba de regresar a la Villa después de un largo viaje por Asia. El examen debía hacerse en ayunas; habíamos convenido encontrarnos en las primeras horas del día. Me tendí sobre un lecho luego de despojarme del manto y la túnica. Te evito detalles que te resultarían tan desagradables como a mí mismo, y la descripción del cuerpo de un hombre que envejece y se prepara a morir de una hidropesía del corazón” (Memorias de Adriano, Margerite Yourcenar).

Aquí comenzamos con dos acciones: la visita al médico y su regreso de su viaje. Sabemos que es un hombre viejo el que escribe y que se enfrenta a sus últimos días. Por el título, sabemos que el narrador no es otro que el emperador Adriano, cosa que el texto además aclara poco más adelante. Estamos ante la muerte de un emperador. Luego vienen una serie de digresiones: “El examen debía hacerse en ayunas; habíamos convenido encontrarnos en las primeras horas del día. Me tendí sobre un lecho luego de despojarme del manto y la túnica.” Esto va generando la atmósfera del relato. Otro ejemplo extremadamente brillante.

Como podemos ver, en ninguno de los dos ejemplos hay reflexión alguna, las reflexiones son nuestras, no del autor, no del narrador. Los meros hechos y su descripción han provocado en nosotros un estado de ánimo y la urgencia de continuar la lectura. 

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